El amor por
la tierra donde uno nació, no puede desligarse fácilmente de nuestra piel,
sobre todo si se procede de una provincia matizada por la historia de un pueblo
que se ha forjado en el crisol de vicisitudes sin fin, tal es el caso del
doctor Samuel Ramos, cuyo linaje procede de la población de Zitácuaro,
Michoacán.
Zitácuaro
fue un puesto fronterizo entre el reino purépecha y el mexica, por lo cual en
el proceso de evangelización fue vuelto a fundar por los franciscanos donde hoy
se asienta la ciudad. La villa de Zitácuaro se levantó en armas cuando Hidalgo
se dirigía a Guadalajara.
En esa
tierra michoacana nació Samuel Ramos en 1897 y en esa Escuela Militar, heredera
del movimiento armado reivindicador de grandes demandas sociales, aprendió el
humanismo del ejercicio de la medicina.
La patria
es, ante todo, naturaleza espiritual. Cicerón afirmaba que la patria es el
“lugar donde se ha nacido”. Pero en este caso, “lugar” significa vínculo humano
constitutivo que entraña geografía, paisaje, espacio e historia. El hombre está
vinculado a sus ancestros, por eso tiene patria. La sociabilidad originaria de
los seres humanos lleva a lo que san Agustín llamaba “comunidad de personas
unidas en virtud del mismo fin que aman”, esto es, el pueblo o la patria.
Asimismo, la patria se muestra diacrónicamente, en este sentido, es tradición
histórica y sin tradición histórica no existe futuro, por eso es necesario
conocer la obra del filósofo Samuel Ramos, analizar su pensamiento es una forma
de apreciar el presente y fecundar el futuro.
La cultura
es proyectada por el hombre y se extiende a la naturaleza, respetándola o
degradándola. El espíritu, centro de toda persona, tiene su tabla de valores
para edificar la vida. Samuel Ramos piensa que “los valores del humanismo están
en crisis”. En rigor, no son los valores los que están en crisis, sino la
realización de los mismos.
Más que
hablar de un sentimiento de inferioridad, hablaríamos de un sentimiento de
inseguridad que nos hace dudar de que lo hecho por nosotros pueda ser
reconocido, justamente valorado. Una cultura de dominación sólo se implanta
cuando los dominados lo permiten. El llamado “malinchismo” es el
deslumbramiento y vasallaje de lo extranjero, con la denigración de la cultura
propia.
Samuel
Ramos critica el europeismo imitativo, al igual que el nacionalismo cerrado.
“Entendemos por cultura mexicana la cultura universal hecha nuestra, que vive
con nosotros, que sea capaz de expresar de nuestra alma. La filosofía mexicana
y la cultura de México no están insertas en la cultura prehispánica, tampoco
son europeas. De ser adaptadores, hemos pasado a ser cultivadores por cuenta
propia”.
Samuel
Ramos intenta por primera vez elaborar una teoría sobre la cultura mexicana. En
El perfil del hombre y la cultura en México hace un sicoanálisis del mexicano;
expresa con singular agudeza las características de tres tipos sociales que
juzga representativos: el pelado, el mexicano de la ciudad y el burgués,
trazando así los rasgos del mexicano.
En la
medida en que el país sea menos dependiente de otras naciones, participe más de
los bienes culturales mexicanos y muestre un mayor interés en la defensa de la
identidad nacional, es decir, de la mexicanidad, alcanzará valores superiores y
podrá extender la participación de la cultura a toda la población, esta es
tarea que debe cumplir una auténtica política nacional.
El mexicano
debe buscar su filiación y origen. La relación entre México y el mexicano se
enriquece con la educación, que actúa como vínculo necesario de transmisión de
la cultura a todos los mexicanos.
El mexicano
con dificultad contiene al fuego que arde en él, impaciente ante el obstáculo
de la circunstancia y la contradicción verbal, pronta a la injuria y
persistente en el rencor; propensa a la cólera, al gesto atropellado e
impetuoso, a la risa sarcástica y al fanatismo político, cuando logra sacudir
su apatía. En el registro de la hipérbole y de la explosión, el mexicano
dispone de nutrido repertorio y excepcional agilidad mental para el “albur”.
El mexicano
es especialmente sensible a la presencia de los extraños. Susceptible a toda
incitación, expuesto ante la mirada de los otros, tiene un agudo sentido del
ridículo y se integra en el gran contingente de los tímidos. Busca calor cordial
con los circunstantes, comunión, entrando fácilmente en ella, porque no le
gusta la soledad. Por eso multiplica sus lazos con el compadrazgo y el
comadreo. El compadre y la comadre son vínculos de cohesión, medios de
identificación colectiva.
El mexicano
ama las fiestas, como quizás ningún otro pueblo en el mundo, porque en el fondo
la soledad no le hace feliz. Octavio Paz diría que sufre la soledad para evitar
un dolor mayor y para no perder su autenticidad. Nuestro calendario está
poblado de fiestas y nuestros pueblos practican con delirio el arte de la
cohetería. Las fiestas son el desahogo del mexicano y desahogarse a veces es
lujo y derroche. Abrirse al exterior, cantar y bailar, arrojar cohetes, tirar
balazos al aire y beber compulsivamente son hechos que acusan una carga
emocional que difícilmente se puede contener.
Samuel
ramos nos ofrece una mirada al identitario mexicano, A leer
samuel-ramos-el-perfil-del-hombre-y-la-cultura-en-mexico.pd
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